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Molestias

By on may 22, 2016 in cosas |

“¡Qué coñazo el perro del vecino, todo el día ladrando!” pensó mientras trataba de concentrarse en su periódico dominical. Justo en ese momento, los niños de una terraza empezaron a jugar, a gritar y él sintió como su irritación crecía. “Quizás, después de todo, no había sido tan buena idea venirse a vivir a la periferia, donde todo el mundo parece empeñado en emplear su tiempo libre en hacer ruido, cuánto más, mejor”. Y, como si sus pensamientos hubiesen activado una conspiración secreta, dos vecinos se sumaron a la orquesta, uno con un taladro percutor marca Bosch de 800 Watios de potencia y otro con un híbrido entre bachata y el reaguetón que hacía parecer al primero la Filarmónica de Berlín.

Llegados a este punto, estaba completamente encabronado. Ni siquiera el artículo del día de Jímenez Losantos, un poco comedido para su gusto particular, había conseguido calmarle como otros domingos.

–¡¡María!!– gritó –Esto es insoportable. Tenemos que mudarnos.

María, mucho más joven y acostumbrada a sus ciclos de indignación, se sentó y se preparó para repetir la misma argumentación de cada domingo, con la esperanza de que esta vez fuese la última.

–Ramón, ¿recuerdas que no nos mudamos sino que tú te empeñaste en que nos viniésemos aquí, pese a tu fobia declarada a los perros, a los niños y a la humanidad en general?

Ramón asintió a regañadientes.

–¿Y recuerdas lo que dijo el juez?

Ramón asintió de forma mínima

–En concreto, ¿qué parte recuerdas mejor?

Ramón se encogió de hombros.

– ¿Recuerdas la parte en la que te impone una orden de alejamiento que te impide volver a quejarte a los vecinos, a sus hijos, a los empleados del bar o al campo de fútbol de ahí al lado porque, en palabras del juez, “las molestias ocasionadas por sus repetidas protestas son muy superiores a las ocasionadas por las fuentes primigenias de ruido”?

Ramón ya no tenía ganas ni de asentir.

–Pero es que el vecino se ha puesto con el taladr…

–Ramón, el vecino usará el taladro porque tendrá algo que taladrar. ¡Nadie enciende un taladro para putear al catedrático de filosofía del quinto!

Ramón asintió y se hizo chiquitito.

–Ramón, tienes que poner fin a esto. No te pueden molestar los vecinos, los niños, los perros, los balones, las terrazas, la música… ¿Queda algo que no te moleste?

Ramón se lo pensó seriamente antes de responder pero finalmente lo hizo.

–Tú. Tú no me molestas.

María respiró hondo y le puso una mano en la frente, como si fuese un niño pequeño –¿Por qué no pones un poco de música?

Ramón, que a sus 58 años se sentía un poco pequeño, asintió y se dirigió hacia el equipo de música.

María miró a la terraza de enfrente, oyó a los niños gritar y pensó que quizás era mejor darle la noticia el lunes: “Cualquiera le dice ahora que tengo un bulto en el pecho”.