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Gracias, Antonio

By on nov 12, 2021 in cosas |

Dicen que puedes reconocer a la gente realmente importante en tu vida porque, en algún momento, llegas a sentir que les debes tu existencia, tu vida entera. Ayer se murió Antonio Malonda, maestro, amigo, socio y también montañista despistado. Allá por 1986, Antonio se perdió conmigo, con su hija y su sobrina por las laderas de los Pirineos y, definitivamente, me hizo sentir que mi vida entera dependía de él.

Naturalmente, nunca debimos estar tan perdidos como nosotros sentimos en aquel momento ya que, al cabo de un rato, encontramos la carretera y fuimos “rescatados” por un conductor amigo que decidió que aquel señor sexagenario con tres niños de entre 7 y 10 años estaba fuera de lugar en el arcén de la Nacional 330.

Antonio convirtió aquellas horas (¿O fueron minutos?) perdidos por la montaña en un juego en el que de repente íbamos hacia arriba y de repente íbamos hacia abajo. A la manera del Benigni de La vida es bella, Antonio era alguien que siempre encontraba la forma de convertir un rato a su lado en un juego, una gymkana o una sucesión de volteretas imposibles.

MALONDA

Amigo de mis padres desde antes de que yo naciese, Antonio y Yolanda eran de esos amigos a cuya casa siempre estaba dispuesto a ir. No sólo porque supiese que me iba a divertir con sus dos hijas, que luego se convirtieron en amigas, en socias, en parte imprescindible de mi vida; sino, sobre todo, porque sabía que con Antonio tenía la diversión garantizada. En cualquier reunión social, Antonio siempre era el más niño de todos los adultos y el más adulto de todos los niños.

Si ibas a su lado caminando por la montaña, era capaz de sorprendente trotando ladera arriba por las escarpadas cuestas de Cueva Valiente cuando nadie lo esperaba y cuando el resto de los excursionistas –15 o 20 años más jóvenes que él en su mayoría– iban ya desfondados y suplicando un traguito de vino para poder seguir con la ascensión.

Años después, Antonio y Yolanda me propusieron formar parte del que ha sido mi proyecto vital más acojonante, estimulante y aventurero: Bululú 2120, una escuela de interpretación donde nos partimos la cara por formar a los actores y a las actrices de forma lúdica, creativa y dotándoles de autonomía. Donde llevamos dos décadas yendo a contracorriente de la basura mediática que medios como “El País” lanzan continuamente donde los actores deben ser seres sufrientes, dolientes y sometidos a procesos de introspección absurdos e innecesarios. De nuevo, mi vida entera pasaba a depender de Antonio y Yolanda.

De nuevo, perdido en la montaña de gestionar una PYME cultural en un país como el nuestro, me veía obligado a jugar, a alternar los descensos temerarios con las subidas escarpadas. Y todo gracias a Antonio.

Sólo otras dos personas han tenido un impacto comparable al de Antonio y los tres tienen en común que me enseñaron la importancia del sentido del humor para superar esta vida –puta vida– con una sonrisa.  Una de esas personas me hizo pasar veinte minutos muy malos agarrado a unos juncos en un pequeño lago de Irlanda, allá por 1981, y, desde entonces, siempre me ha regalado los mejores minutos, las mejores horas de mi vida cuando he tenido el lujo de pasar un rato a su lado. Con un sentido del humor y una capacidad para contar historias inigualable, podría haber pasado su vida sobre los escenarios, pero optó por la administración. Hasta en eso, sin saberlo, me dio alguna pista.

La otra persona que me ha marcado al mismo nivel vive al sur, mucho más al sur, pero sin él saberlo me salvó la vida cuando yo tenía 13 años y me regaló su sentido del humor al emparejarse con mi tía Susana. Yo estaba pasando una adolescencia jodida y él, sin darse cuenta, sólo con su ejemplo y sin darse ninguna importancia, me permitió afinar la herramienta que me ha permtido llegar hasta el día de hoy: el sentido del humor y la auto-ironía.

Gracias a los tres, soy el adulto que soy hoy: más o menos funcional, más o menos exitoso pero rotundamente feliz.

Quizás por eso, porque se me ha ido uno de mis referentes, siento esta necesidad enorme de, a día de hoy, dejar aquí este mensaje: abrazad a quienes os salvan la vida porque, como quien no quiere la cosa, seguramente os la están poniendo patas arriba, para bien.