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El talento (Otra vez)

By on mar 11, 2014 in clase |

Harold Ramis estaría orgulloso de mi porque yo ya he pasado por esto. No hace ni dos años que yo escribí en otro sitio sobre el talento y la grima que me dan quienes aducen que el arte es “cuestión de talento” y que el talento “se tiene o no se tiene”.

Resulta que el sábado pasado, un fulano llamado Hanif Kureishi, se levantó con ganas de obtener titulares fáciles y se despachó en una entrevista al diario inglés The independent diciendo cosas tales como que “Los cursos de escritura creativa son una pérdida de tiempo” y que “Es probable que el 99% de los estudiantes no tengan talento”.

Mi jefe en Escuela de Escritores, Javier Sagarna, le responde educadamente en citas incluídas en el artículo enlazado más arriba pero yo, aprovechando que esto no es El Confidencial, me voy a quedar a gusto.

Vayamos por partes, la primera afirmación, de puro evidente, es indiscutible. Física y matemáticamente, no conozco ninguna actividad humana que nos permita ganar tiempo. Hagamos lo que hagamos, perdemos tiempo a raudales así que no me queda otra que darle la razón. No obstante, sería razonable argumentar que cagar, follar o diseñar puentes también suponen una pérdida de tiempo. Es más, por esa regla de tres, conceder entrevistas a The independent y hacer afirmaciones provocadoras también es una pérdida de tiempo y, si mi opinión cuenta, el Sr. Kureishi podía haber empleado su mañana en cualquiera de las otras tres mencionadas más arriba.  Por otro lado, mi propia experiencia me dice que, efectivamente,  muchos alumnos apuntados a esos cursos pierden incluso más tiempo de que la física dictamina puesto que no escriben ni una palabra en nueve meses o se limitan a escarbar en sus orificios corporales durante las clases pero, atención,  eso no supone que todos los alumnos muestren la misma actitud ni el mismo aprovechamiento de las clases luego la generalización sobra.

A mi la afirmación que me deja ojiplático es la segunda. “Es probable que el 99% de los estudiantes no tengan talento”. Pasada la fase matemática en que me quedo fascinado de que alguien pueda afirmar algo sobre el 99% de una población pero luego se cubra su intelectualísimo culo con un cobardérrimo “es probable”, me lanzo a la diatriba y niego la mayor. ¿Y qué si el 99% de los estudiantes de los cursos de escritura no tienen talento? ¿Qué pasa? ¿Pasa algo? Y voy más allá:  ¿Qué cojones es eso del talento? ¿Por qué hay que tenerlo para escribir? ¿Dónde se obtiene ese talento? Y, sobre todo, ¿Quién dictamina quién tiene talento o no? ¿Usted? ¿El profesor? ¿La Real Academia de Artistas Talentosos de Arizona? (RAATA, sólo por el acrónimo, habría que inventarla)

Partamos de la base de que no creo en el talento y menos para actividades complejas y que dependen de muchas capacidades como son escribir, actuar o rodar películas. Todos tenemos una herencia biológica y esa herencia condiciona nuestras habilidades lingüísticas, motoras, musicales y hasta visuales. Hasta ahí de acuerdo. Pero, descartados los casos patológicos (un ciego sería un mal director de fotografía, para qué vamos a negarlo), el ser humano promedio puede aprender a escribir, a tomar fotografías o a actuar razonablemente bien si se lo propone y pierde en ello una cantidad razonable de energía y –¿no lo adivinan?– tiempo.

La base genetista y elitista que se oculta detrás de la afirmación “Fulano no tiene talento” me pone de los nervios se refiera a actores, escritores o bailarines de ballet. ¿Por qué? Porque le niega a fulano la posibilidad de mejorar en aquello que hace; le niega la posibilidad de aprender. Y, como profesor, esa me parece la prohibición más terrorífica del mundo. Si yo quiero aprender a volar un Boeing 777, lo haré. Si yo quiero aprender a escribir, lo haré y si quiero aprender a actuar, lo haré. Punto.

Es probable que me cueste más o menos esfuerzo en función de mi experiencia vital anterior, mis características biofísicas y mi desarrollo intelectual pero el talento, señoras y señores, no tiene nada que ver en el resultado final.

Llevo dando clases de guión, dirección e interpretación más de diez años. He tenido alumnos que han aprendido a escribir un guión en seis meses y otros a los que ha costado años. ¿Son “mejores” los guiones de los primeros que los de los segundos? No. Enseñar disciplinas creativas es sentarte frente a un montón de alumnos y encontrar el camino para que cada uno de ellos aprenda. La experiencia me ha enseñado, además, que él que es un poco más torpe con el lenguaje, suele compensarlo con una capacidad de observación asombrosa que le permite sacar petróleo de situaciones cotidianas donde otros no verían nada; él que es más hábil con la narrativa y las estructuras, normalmente cojea a la hora de dibujar personajes profundos y complejos. ¡Qué demonios! A nuestros alumnos les pasa exactamente lo mismo que a nosotros, sus profesores: que son imperfectos.  A mi me costó años empezar a escribir con soltura en frases cortas y entender que “menos es más”. Aún a día de hoy me cuesta y este blog no es sino un ejercicio para obligarme a ser claro y conciso. ¿Me falta talento? ¿Quizás debería dejarlo?

Las capacidades innatas no son sino la pendiente de la rampa por la que a los seres humanos nos toca trepar cuando queremos aprender algo. Hay gente que tiene la suerte de dedicarse a cosas que “se le dan bien” y sube por pendientes muy ligeras, aprendiendo con facilidad y soltura. Hay otros que optamos por dedicarnos a lo que no se nos da especialmente bien y nos subimos el Angliru, a golpe de riñón y voluntad. ¿Llegaremos a la cima? Personalmente no creo que esa cima exista. A escribir, a dirigir, a actuar se aprende cada día de tu vida. Y si te gusta levantarte por la mañana para prepararte un café y sentarte frente al ordenador a escribir, eso es lo que debes hacer durante el resto de tu vida. Y puedes buscarte la vida para aprender donde quieras –en escuelas, fuera de escuelas, alrededor de ellas– pero no dejes que nadie te diga nunca en qué debes perder tu tiempo.